¿Cuántas veces no habremos
oído de novias que hacen dietas milagro los meses antes de la boda? Os voy a
explicar mi experiencia. Resulta que me casé hace unos meses y hubo gente que
con la mejor de las intenciones y muy sutilmente me preguntaba si estaba
consiguiendo adelgazarme antes de la fecha señalada.
¡Pues no! ¡Y adrede!
Precisamente porque se supone que es un día especial, porque se supone que
celebráis lo mucho que os queréis, porque se supone que vienen los que más te
quieren, tuve clarísimo que quería casarme tal y como era, ni un quilo más ni
un quilo menos. Además, ¡a ver quién es el guapo que contiene las ansias de
comer con tantos nervios!
Otra cosa que me
preocupaba mucho era el vestido, ya que no me iba a sentir cómoda de blanco y
en plan princesa y quería algo poco tradicional, con una caída muy concreta que
era una apuesta segura ya que sabía que normalmente me siento cómoda en ese
tipo de vestidos, así que me lo hice yo misma a mi gusto y tengo que decir que
fue la mejor decisión de todas, no solo por la ilusión de haberlo hecho con mis
manos (más personal imposible), sino porque me sentí cómoda en todo momento,
sin pensar en complejos ni prejuicios. Tanto mi vestido como el de mi pareja
eran fuera de lo común, pero 100% nosotros, que de eso se trataba, ¿no?
Es muy fácil decirlo
mientras lo planeas, pero llega el día y te asaltan mil inseguridades. Primero
pensé que tendría que dar muchas explicaciones, pero la verdad es que estaba
tan feliz y la gente venía tan predispuesta a mostrarnos su cariño y
aceptación, que realmente puedo utilizar, gastar y agotar el tópico de que fue
uno de los días más felices de mi vida. ¿Y sabéis qué más? Que solamente por
esa euforia y emotividad cualquier novia está preciosa en su día, ya va siendo
hora que quitemos mérito al vestido, maquillaje y peinados varios, por mucho
que me encanten. Donde esté una sonrisa pletórica, ¡que
se quite todo lo demás!
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