Todo el mundo tiene miedo
a algo, aunque no sepa muy bien a qué, aunque diga que no, aunque no lo
reconozca… Pienso que todos tenemos alguno y que en parte eso es sano, nos pone
en estado de alerta, nos hace valorar lo que no queremos perder, nos activa
para superar los obstáculos.
Eso sí, por absurdo y
evidente que parezca, si queremos convivir con nuestros miedos o intentar
superarlos, lo primero que hay que hacer es identificarlos, ponerles nombres y
apellidos y llevárnoslos delante del espejo. Es entonces cuando hay que mirar a
tus fantasmas a los ojos e intentar ver cómo te comportas cuando aparecen, que
reacción sueles tener delante de tus miedos, qué te funciona y qué no.
Una vez hechas las
presentaciones formales (señor miedo, aquí señor yo mismo), tus temores te
pueden paralizar o pueden ser precisamente el motor que te empuje hacia
adelante y, aunque parezca un tópico, depende únicamente de ti. No lo digo
porque haya superado mis miedos, porque a veces parece que los coleccione, sino
porque he comprobado mil veces que cuando es otro quien lo hace por ti o cuando
lo tapas y haces como que no existe, no sólo no se van sino que reaparecen con
más intensidad cuando menos te lo esperas.
En mi caso, durante el
proceso de empezar a conocer a alguien o durante la evolución natural de
cualquier relación social ya existente, me ayuda mucho hacer saber a los demás
qué temores tengo, cómo y por qué reacciono a ellos, y eso ayuda a que me
comprendan y a entenderme mejor a mí misma. Al principio pensé que eso me haría
más vulnerable, pero con la experiencia me he dado cuenta de que poniendo las
cartas sobre la mesa no sólo me anticipo a lo que pueda afectarme sino que
puedo controlar mucho mejor las situaciones que antes habrían sido críticas.
No, no he conseguido
superar mis miedos, ni mucho menos, pero sí convivir con ellos, encontrar mis
propios límites e irlos superando a pasito de tortuga, sin prisa pero sin
pausa. Para mí es un ejercicio de autoestima, cada vez que consigo valorarme a mí
misma más que a mis miedos es un pequeño triunfo que me anima a seguirlo
intentando, así que puedo afirmar sin duda alguna que vale la pena.
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