Se podría hacer un estudio
sobre como un complejo condiciona tu forma de vivir, de interpretar la realidad,
de tratar contigo mismo. Es totalmente irracional, difícil de explicar y
sobretodo, imposible de comprender si no lo has vivido en primera persona. Si a
todo esto le añades que cada persona es un mundo y le afectan distintas cosas y
le acomplejan distintos defectos, se hace dificilísimo buscar los factores
comunes para encontrar soluciones, ya no a los defectos sino a los complejos,
que a ello es a lo que dedico el blog.
En mi caso, ese complejo es
el de mi volumen, mi peso. No me acompleja ser fea, porque entiendo que es
subjetivo y no se puede agradar a todo el mundo, sino ser obesa, porque es un
hecho, lo soy. Durante los últimos años he ido a terapia para intentar tratarlo
o, como mínimo, convivir en paz con mis fantasmas, y ha sido el dinero más bien
invertido de mi vida. Con el tiempo, me he llegado a aceptar a mí misma, a no
juzgarme según la norma social de que belleza es igual a delgadez y gordura es
igual a fealdad. Sí, lo mío me ha costado, pero puedo decir que lo he
conseguido.
Ahora bien, con lo que me ha
costado a mí aceptarlo y quererme tal y como soy, ¿cómo voy a pedirle a la
gente que haga ese esfuerzo, que se olvide de mi peso y no juzgue mi belleza
según el tamaño de mi cuerpo? Esa es la parte que no consigo superar, y es que
es muy difícil obviar tus defectos al conocer a gente nueva cuando tu mayor
defecto o, mejor dicho, tu mayor complejo, es lo que primero se ve de ti. ¿Cómo
borras esa primera impresión, si es inevitable? En mi caso, intento parecer mil
veces más extrovertida, graciosa y alegre de lo que realmente soy, y con ello
no solamente distraigo la atención hacia otro lado, sino que intento
autoconvencerme de que soy así y olvidarme del manojo de inseguridades que
acarreo allí donde voy. ¿Soluciona algo? Pues probablemente no, pero ayuda.
Dicho esto, tengo una norma
para cuando debo enfrentarme al mundo exterior, a miradas ajenas y juicios de
la gente que en un 80% de los casos seguro que solo están en mi cabeza. Hace ya
un par de años me he obligado a no salir de casa en chándal si no es para hacer
deporte o ir de excursión, y a ir siempre, como mínimo, con la raya de los ojos
pintada. Parece una tontería, pero sabiendo de antemano que durante el día
habrá varias ocasiones en las que me voy a enfrentar a mis fantasmas (ya sea
porque me encuentre a un conocido, porque pase vergüenza por algo, porque me
sienta observada o trate con gente que no me conoce), me da mucha seguridad
que, como mínimo, en el momento que eso pasa, voy más o menos decente. Esta simple
rutina para mí significa no tirar la toalla, ser fuerte y no rendirme a lo que
me dice la vocecita de mis complejos, ganarle la batalla y mostrarle a esa
inseguridad que soy más fuerte y que, pese a no sacármela de encima, no me dejo
arrastrar.
Son estas pequeñas batallas
del día a día las que hacen que venzamos a nuestros peores enemigos.
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