¡BIENVENIDOS!

He creado este blog porque a menudo he pensado que era un bicho raro y que nadie me entendía. Seguro que hay más gente que padece obesidad y que tiene ganas de cuidarse y de cuidar su aspecto pese a sus quilos de más, de ser feliz y vital digan lo que digan. Si ese es vuestro caso, o simplemente os pica la curiosidad, ¡bienvenidos!

lunes, 6 de octubre de 2014

Diez minutos que salvan el día

Se podría hacer un estudio sobre como un complejo condiciona tu forma de vivir, de interpretar la realidad, de tratar contigo mismo. Es totalmente irracional, difícil de explicar y sobretodo, imposible de comprender si no lo has vivido en primera persona. Si a todo esto le añades que cada persona es un mundo y le afectan distintas cosas y le acomplejan distintos defectos, se hace dificilísimo buscar los factores comunes para encontrar soluciones, ya no a los defectos sino a los complejos, que a ello es a lo que dedico el blog.

En mi caso, ese complejo es el de mi volumen, mi peso. No me acompleja ser fea, porque entiendo que es subjetivo y no se puede agradar a todo el mundo, sino ser obesa, porque es un hecho, lo soy. Durante los últimos años he ido a terapia para intentar tratarlo o, como mínimo, convivir en paz con mis fantasmas, y ha sido el dinero más bien invertido de mi vida. Con el tiempo, me he llegado a aceptar a mí misma, a no juzgarme según la norma social de que belleza es igual a delgadez y gordura es igual a fealdad. Sí, lo mío me ha costado, pero puedo decir que lo he conseguido.

Ahora bien, con lo que me ha costado a mí aceptarlo y quererme tal y como soy, ¿cómo voy a pedirle a la gente que haga ese esfuerzo, que se olvide de mi peso y no juzgue mi belleza según el tamaño de mi cuerpo? Esa es la parte que no consigo superar, y es que es muy difícil obviar tus defectos al conocer a gente nueva cuando tu mayor defecto o, mejor dicho, tu mayor complejo, es lo que primero se ve de ti. ¿Cómo borras esa primera impresión, si es inevitable? En mi caso, intento parecer mil veces más extrovertida, graciosa y alegre de lo que realmente soy, y con ello no solamente distraigo la atención hacia otro lado, sino que intento autoconvencerme de que soy así y olvidarme del manojo de inseguridades que acarreo allí donde voy. ¿Soluciona algo? Pues probablemente no, pero ayuda.

Dicho esto, tengo una norma para cuando debo enfrentarme al mundo exterior, a miradas ajenas y juicios de la gente que en un 80% de los casos seguro que solo están en mi cabeza. Hace ya un par de años me he obligado a no salir de casa en chándal si no es para hacer deporte o ir de excursión, y a ir siempre, como mínimo, con la raya de los ojos pintada. Parece una tontería, pero sabiendo de antemano que durante el día habrá varias ocasiones en las que me voy a enfrentar a mis fantasmas (ya sea porque me encuentre a un conocido, porque pase vergüenza por algo, porque me sienta observada o trate con gente que no me conoce), me da mucha seguridad que, como mínimo, en el momento que eso pasa, voy más o menos decente. Esta simple rutina para mí significa no tirar la toalla, ser fuerte y no rendirme a lo que me dice la vocecita de mis complejos, ganarle la batalla y mostrarle a esa inseguridad que soy más fuerte y que, pese a no sacármela de encima, no me dejo arrastrar.


Son estas pequeñas batallas del día a día las que hacen que venzamos a nuestros peores enemigos. 

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