Hoy salgo del armario a mi manera. Quiero
explicar que me he sometido a una reducción de estómago, una decisión que no
fue fácil y que ha supuesto un esfuerzo mayor al que muchos imaginan. La gente
de mi entorno más cercano, que de un modo u otro comparte alguna parte de mi
día a día ya lo sabe porque intento explicarlo y naturalizarlo al máximo, pero
quería atreverme a contarlo.
De mis intentos fallidos antes de llegar a
esta decisión, de mis motivos y de las consecuencias físicas que hay detrás de
la operación puede que hable otro día, si me apetece, si me veo capaz y si creo
que puede servir de ayuda a alguien. Hoy, sin embargo, me interesa hablar de lo
que supone a nivel de identidad haber perdido tanto peso, tanto por lo que para
mí significa ser “yo” ahora, como por lo que percibo en la gente que me rodea.
Los que me conocen saben que intento decir
las cosas buenas que veo en la gente, y que igual que les regalo los oídos
(nunca con nada que no piense realmente), si me piden opinión sincera la digo,
intentando siempre no ofender con ello. Reconozco también que soy muy
susceptible cuando recibo críticas negativas sobre mi peso sin haberlas pedido
y debería aprender a relativizar, pero es que me parece muy gratuito.
¿Por qué hago hincapié en esto? Pues porque
cuando pierdes peso, la gente se cree con el derecho de criticar lo que hacías
mal, a veces incluso sin darse cuenta de que lo están haciendo, como si no lo
supieras ya y no te sintieras suficientemente culpable, como si no fueras todavía
la misma persona y en realidad estuvieran poniendo verde a alguien que no está
escuchando la conversación. Sinceramente, en ninguna de las ocasiones en las
que esto me ha sucedido, he sentido que la otra persona me lo estuviera
diciendo con la más mínima mala intención. Más bien al contrario, es su manera
de premiar, en contraposición a lo que antes hacías mal, lo que ahora haces
bien. Pero duele igual, porque no es lo mismo que te digas a ti mismo lo que ya
sabes, que el hecho de que te lo digan los demás.
Hay una frase que me gusta mucho de Lewis
Carroll, autor de “Alícia en el país de las maravillas”, que dice: “Sabía quién
era esta mañana, pero he cambiado varias veces desde entonces”. Para mí explica
perfectamente cómo me siento. Cada experiencia que vivimos, cada fracaso, cada
éxito, cada aprendizaje, determina quienes somos en el presente. Igual que cada
segundo cambia mi versión de mí misma, sigo siendo la misma persona que en
cualquier momento anterior. Por eso nos pueden seguir doliendo las cosas del
pasado por mucho que cambie nuestro presente. Por eso me siguen doliendo las
referencias a mi peso anterior por muy diferente que sea al de ahora.
No sé si me he explicado, tal vez me haya
centrado demasiado en lo que todavía me cuesta de la nueva identidad que da el
hecho de haber perdido tanto peso. Se vive de otro modo, con unas comodidades
que no tenía y más contenta con mi aspecto físico, sí; con problemas nuevos y
conservando inquietudes que pensaba (esperaba) que se fueran con los quilos,
también.
Esta foto fue tomada pocos meses antes de
someterme a la operación de reducción de estómago. La miro hoy y me sigo viendo
a mí misma en esa foto. Estoy contenta de, pese a las dificultades que mi
físico suponía, haber luchado por verme bien, por tener dignidad y ganas de
quererme, no perder la coquetería. Estoy contenta también de recordar que pese
a lo difícil que era tener una autoestima fuerte (esto todavía cuesta ahora),
no me rendía e intentaba constantemente no dejarme condicionar por mis miedos e
inseguridades.
Estoy orgullosa de la chica de la foto. Hoy, con
cuarenta quilos menos, puedo decir con la cabeza bien alta, que esa chica SOY
yo.
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